15.10.11

LA PLEGARIA DE LA ROCA ESTÉRIL

Señor, yo soy apenas una roca desnuda
que azota el viento y quema el sol;
la nube, cuando pasa, de lejos me saluda
y tiende el ala a otra región.

Soy en la cumbre signo
                           de un esperar eterno,
vuelvo los ojos al zafir
y entre lluvias de agosto
                           y ráfagoas de invierno
no hay primavera para mí.

Ignoro los follajes;
                            yo nunca de la fuente
tuve la límpida canción,
ni musgos fraternales
                            que brindar a la frente
de fatigado viajador.

Yo soy como un espectro
                            que se alzara insepulto,
ángel proscrito de un edén;
en el fondo del alma un afán oculto,
en las entrañas, vieja sed.

Tengo mi planta inmóvil
                             hundida en la montaña
y una esperanza en el azur,
y me ignoran los hombres,
                             y nadie me acompaña
en estas cárceles de luz.

Señor, ya que no tengo ni musgo florecido
ni un arroyuelo bullidor
haz que en mis abras forjen
                              las águilas su nido
y hagan su tálamo de amor.

Mas si ha de ser forzoso
                             que me aparte del mundo
y del concierto universal,
hazme símbolo eterno,
                              inmutable y profundo
de la más alta soledad.

                              (Enrique González Martínez, Plegaria de la roca estéril)

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