Creo que mi cuerpo está demasiado acostumbrado a la calidez. Sabe cubrirse hasta buscar la temperatura que recuerda el abrazo, que le permite irradiar cierto halo protector. Ha aprendido a tolerar fácilmente el sol, los fuegos, la asfixia. La sola idea de la proximidad del frío lo hace sufrir.
Pero muchas veces ocurre todo lo contrario.
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