lo miraba en todos los rostros.
Se cubría los ojos,
ya no quería mirar,
y temo al último
que tal vez sea de ceniza.
No maldigo las bocas crueles,
que devoraron mi corazón,
no reprocho al deseo de los ojos,
que me engañó con una promesa,
sólo temo con horror
al último espejo.
Entonces, cuando no quede nada, cariño,
aún podrías herir,
y por la herida, herido también
humillarte de nuevo a mis pies,
al menos tristes estrellas en los ojos,
donde antes el muchacho tenía al sol -
entonces, entonces, cuando nos enfrentemos
al último espejo
que nos devolverá el último rostro
nos paralizará el frío -
entonces me reprocharé
que me hayas traído hasta acá.
(Frána Srámek, El último rostro)
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