El día comienza en una hora que no puede atraparse. Lo único real es la imagen de una mujer agotada, frente a la computadora, aburrida a causa de una conexión lenta a Internet. Logra hacer dos cosas: anunciar esta entrada y bajar fotos.
Estoy en una casa que no es mi casa. Un día que está marcado para el regreso al lugar que no he podido conquistar. Así son los martes.
Apago la computadora y me voy a dormir.
Daniel pasa mala noche. A las tres de la mañana pide agua. Reviso que no tenga fiebre, que entre más aire al cuarto. Le pregunto si quiere una canción, un cuento, un abrazo. Duerme media hora después. Hace calor.
Hay tres horas y media de sueño. Abandono. Daniel despierta y yo lo hago también en un segundo que no distingo si es antes o después. Pide agua de nuevo y me dice que quiere armar un rompecabezas. No tengo tiempo para jugar.
Bajo la regadera comienzo a pensar en lo que haré el día de hoy. Más tardo en planearlo que en olvidarlo. Vestirme es la parte más difícil, la más tardada, no hay nada para mí. Recojo mi cabello y beso a Daniel. Pierdo valiosos minutos buscando las llaves, como siempre. Me despido de mi madre, de mi hermana, igual que si viviera con ellas, igual que si no me hubiera ido nunca.
Tarde al trabajo. No sé todavía cuál será la consecuencia por tantos retardos. Pienso en algunas posibilidades. Me digo que está bien.
Desayuno luego de dos horas de lectura. Un sándwich con pan de cebolla, queso amarillo, jamón. Me compré un chocolate relleno de menta que no comeré todavía.
Me piden el crédito de una imagen. Lo busco. Horas buscando el sitio de donde la saqué. Recuerdo cuándo llegué a ella, pero no sé cómo. La aparente imposibilidad de la tarea la vuelve urgente.
Al mismo tiempo, ordeno archivos, reviso el Reader. Leo mensajes en los que aparezco como una sombra. No son mensajes para mí, pero están a mi alcance. No sé si debo intervenir o no. ¿Hasta donde permitir que mi nombre forme parte de algo que no soy? Sí, claro, como si pudiera prohibirle a la gente que nombre a sus fantasías como les dé la gana.
2.21 y me como el chocolate. Debí esperar más, lo sé.
Los pendientes del día dependen de que los demás terminen primero su trabajo, así que de nuevo estoy pensando en lo que debí hacer y tendrá que esperar a otro día.
Algunas llamadas. Daniel se siente bien, luego no, luego sí. Los martes Daniel no depende de mí, pero yo no dejo de pensar en él. Tengo que aferrarme a mi asiento, alejar el celular, inventar la ligereza.
La rutina no termina hasta que llega j. Empiezo entonces a mandar los últimos mensajes, cerrar ventanas, recoger mis cosas. Platicar con él es hacer un recuento las banalidades que estuvieron danzando en mi cabeza las últimas horas. Comprimirlas y dejarlas en su sitio, reír un poco, saber que lo importante queda ordenado en un cajón distinto. Él ya usó un adjetivo para esto: agradable.
Camino a casa, escucho en la radio una canción que me recuerda a mi infancia, pero que no debería saber y menos estar cantando.
Estaría errando por la ciudad, pero el sol está insoportable y a esta hora, mi casa parece fresca. Aquí, ahora, podría comenzar día, aunque el espejismo se desvanece pronto.
Como porque debo comer. Algo que compro en la tienda de enfrente a no más de veinte pesos. Porque ahora recuerdo que no tengo dinero. Y escucho la voz de mi madre, que me dice que no debo llegar a esto.
De nuevo frente a la computadora. Sigo buscando la imagen, por fin la encuentro. Juego Pet society. Pienso que se verá muy mal en mi post escribir que pierdo horas en el Facebook. Pero compro un mar, una playa, un castillo de arena. Cuando Vegetal no puede ganar más monedas, apago la computadora.
Busco Ulises. Mi librero está más desordenado de lo que suponía. Trato de recordar qué edición es la que compré. Leí Ulises en la universidad, en una edición que desapareció misteriosamente. No lo volví a ver hasta este año. Lo encontré baratísimo en un supermercado, pero no puedo recordar el tamaño, el color de la portada. Me topo con Dublineses y ahí me doy por vencida.
Me obligo a sentarme frente al piano. Si no cumplo ahorita con mis ejercicios ya no podré hacerlos, vendrán visitas a casa.
Repaso desde Joyful Bells hasta el segundo movimiento de New World’s Symphony. Pienso que eso se verá mejor en mi post que lo del juego. Dan las 8.40 y no alcanzo a estudiar a Bayly.
Me gusta recibir gente en casa, pero me pongo siempre nerviosa, no quisiera que la reunión fuese tensa o aburrida, pero no sé cómo evitarlo. Escucho a Bebo Valdés y El Cigala. Me acuesto en el sillón y cierro los ojos. Sonrío. Me digo a mí misma: acuérdate de sonreír. Muevo mi cabeza al ritmo de Lágrimas negras.
Llegan G. y P., luego C. Sirvo las bebidas, acerco la botana, pongo a Sak Tzevul. Me doy cuenta que no tengo hielo suficiente. Llega L.
Hace calor. No ha dejado de hacer calor. Debería haber una palabra distinta para el calor de las tres de la mañana, para el calor de mediodía y para este calor encerrado de la noche.
Jugamos Sequence, platicamos un poco. Escuchamos también a Pescetti y un homenaje a Serrat. Iba a decir antes que alguien faltó, que lo esperábamos, que se le extrañó. Pero eso y no decirlo es lo mismo, nada remedia.
El día termina poco después de la hora que se supone debe terminar. Apago las luces y dejo para mañana la limpieza.
De nuevo frente a la computadora. Como el actor que se siente a salvo al volver al guión después de una improvisación fallida. Escribo esto mientras Vegetal visita a los amigos y en el Reader aparece: lo sentimos, se ha producido una situación inesperada que impide que Google Reader satisfaga la petición. Leo y alcanzo a reconocer los errores, las omisiones, pero no tengo tiempo para corregir, ya estoy cansada.
Alcanzo a preguntarme si ésta es una forma de celebrar o no, pero ya no me respondo.
El día está compuesto de dos noches. Sin duda prefiero esta última. Con todo y la nostalgia por lo que nunca ocurrió.
Soy una Penélope distraída, sin fe en Ulises, sola en un territorio que nadie quiere reinar. Pienso en mí y al mismo tiempo tengo en mi mente la imagen de Daniel. Lo veré fuera de esta historia, donde soy totalmente suya y no hay más incertidumbre que la que se calla. Daniel sólo es Daniel y quiere ser grande y fuerte.
Estoy en una casa que no es mi casa. Un día que está marcado para el regreso al lugar que no he podido conquistar. Así son los martes.
Apago la computadora y me voy a dormir.
Daniel pasa mala noche. A las tres de la mañana pide agua. Reviso que no tenga fiebre, que entre más aire al cuarto. Le pregunto si quiere una canción, un cuento, un abrazo. Duerme media hora después. Hace calor.
Hay tres horas y media de sueño. Abandono. Daniel despierta y yo lo hago también en un segundo que no distingo si es antes o después. Pide agua de nuevo y me dice que quiere armar un rompecabezas. No tengo tiempo para jugar.
Bajo la regadera comienzo a pensar en lo que haré el día de hoy. Más tardo en planearlo que en olvidarlo. Vestirme es la parte más difícil, la más tardada, no hay nada para mí. Recojo mi cabello y beso a Daniel. Pierdo valiosos minutos buscando las llaves, como siempre. Me despido de mi madre, de mi hermana, igual que si viviera con ellas, igual que si no me hubiera ido nunca.
Tarde al trabajo. No sé todavía cuál será la consecuencia por tantos retardos. Pienso en algunas posibilidades. Me digo que está bien.
Desayuno luego de dos horas de lectura. Un sándwich con pan de cebolla, queso amarillo, jamón. Me compré un chocolate relleno de menta que no comeré todavía.
Me piden el crédito de una imagen. Lo busco. Horas buscando el sitio de donde la saqué. Recuerdo cuándo llegué a ella, pero no sé cómo. La aparente imposibilidad de la tarea la vuelve urgente.
Al mismo tiempo, ordeno archivos, reviso el Reader. Leo mensajes en los que aparezco como una sombra. No son mensajes para mí, pero están a mi alcance. No sé si debo intervenir o no. ¿Hasta donde permitir que mi nombre forme parte de algo que no soy? Sí, claro, como si pudiera prohibirle a la gente que nombre a sus fantasías como les dé la gana.
2.21 y me como el chocolate. Debí esperar más, lo sé.
Los pendientes del día dependen de que los demás terminen primero su trabajo, así que de nuevo estoy pensando en lo que debí hacer y tendrá que esperar a otro día.
Algunas llamadas. Daniel se siente bien, luego no, luego sí. Los martes Daniel no depende de mí, pero yo no dejo de pensar en él. Tengo que aferrarme a mi asiento, alejar el celular, inventar la ligereza.
La rutina no termina hasta que llega j. Empiezo entonces a mandar los últimos mensajes, cerrar ventanas, recoger mis cosas. Platicar con él es hacer un recuento las banalidades que estuvieron danzando en mi cabeza las últimas horas. Comprimirlas y dejarlas en su sitio, reír un poco, saber que lo importante queda ordenado en un cajón distinto. Él ya usó un adjetivo para esto: agradable.
Camino a casa, escucho en la radio una canción que me recuerda a mi infancia, pero que no debería saber y menos estar cantando.
Estaría errando por la ciudad, pero el sol está insoportable y a esta hora, mi casa parece fresca. Aquí, ahora, podría comenzar día, aunque el espejismo se desvanece pronto.
Como porque debo comer. Algo que compro en la tienda de enfrente a no más de veinte pesos. Porque ahora recuerdo que no tengo dinero. Y escucho la voz de mi madre, que me dice que no debo llegar a esto.
De nuevo frente a la computadora. Sigo buscando la imagen, por fin la encuentro. Juego Pet society. Pienso que se verá muy mal en mi post escribir que pierdo horas en el Facebook. Pero compro un mar, una playa, un castillo de arena. Cuando Vegetal no puede ganar más monedas, apago la computadora.
Busco Ulises. Mi librero está más desordenado de lo que suponía. Trato de recordar qué edición es la que compré. Leí Ulises en la universidad, en una edición que desapareció misteriosamente. No lo volví a ver hasta este año. Lo encontré baratísimo en un supermercado, pero no puedo recordar el tamaño, el color de la portada. Me topo con Dublineses y ahí me doy por vencida.
Me obligo a sentarme frente al piano. Si no cumplo ahorita con mis ejercicios ya no podré hacerlos, vendrán visitas a casa.
Repaso desde Joyful Bells hasta el segundo movimiento de New World’s Symphony. Pienso que eso se verá mejor en mi post que lo del juego. Dan las 8.40 y no alcanzo a estudiar a Bayly.
Me gusta recibir gente en casa, pero me pongo siempre nerviosa, no quisiera que la reunión fuese tensa o aburrida, pero no sé cómo evitarlo. Escucho a Bebo Valdés y El Cigala. Me acuesto en el sillón y cierro los ojos. Sonrío. Me digo a mí misma: acuérdate de sonreír. Muevo mi cabeza al ritmo de Lágrimas negras.
Llegan G. y P., luego C. Sirvo las bebidas, acerco la botana, pongo a Sak Tzevul. Me doy cuenta que no tengo hielo suficiente. Llega L.
Hace calor. No ha dejado de hacer calor. Debería haber una palabra distinta para el calor de las tres de la mañana, para el calor de mediodía y para este calor encerrado de la noche.
Jugamos Sequence, platicamos un poco. Escuchamos también a Pescetti y un homenaje a Serrat. Iba a decir antes que alguien faltó, que lo esperábamos, que se le extrañó. Pero eso y no decirlo es lo mismo, nada remedia.
El día termina poco después de la hora que se supone debe terminar. Apago las luces y dejo para mañana la limpieza.
De nuevo frente a la computadora. Como el actor que se siente a salvo al volver al guión después de una improvisación fallida. Escribo esto mientras Vegetal visita a los amigos y en el Reader aparece: lo sentimos, se ha producido una situación inesperada que impide que Google Reader satisfaga la petición. Leo y alcanzo a reconocer los errores, las omisiones, pero no tengo tiempo para corregir, ya estoy cansada.
Alcanzo a preguntarme si ésta es una forma de celebrar o no, pero ya no me respondo.
El día está compuesto de dos noches. Sin duda prefiero esta última. Con todo y la nostalgia por lo que nunca ocurrió.
Soy una Penélope distraída, sin fe en Ulises, sola en un territorio que nadie quiere reinar. Pienso en mí y al mismo tiempo tengo en mi mente la imagen de Daniel. Lo veré fuera de esta historia, donde soy totalmente suya y no hay más incertidumbre que la que se calla. Daniel sólo es Daniel y quiere ser grande y fuerte.
9 comentarios:
eu?
Iniciales? A las siete de la mañana (6:38 para ser exactos) estaban los nombres.
Hola, me gusta la poesía que escribes. Cómo puedo conseguir tu libro Casa en ruinas desde el D.F.? Me enteré de ti por las Elecciones Afectivas. Te invito a visitar la página de la Red de los poetas salvajes (www.reddelospoetassalvajes.blogspot.com), también está en los links de mi blog. Tengo un libro de poesía en PDF publicado allí, se llama "los autos perdidos", me encantaría saber tu opinión, más porque también eres abogada.
Ummm, original.
Saludos, Luda.
(Nombre extraño, de verdad, como de nick)
—¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?,
¿cuándo somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío
No sé si el fantasma de Joyce, aún camine por el lugar menos pensado, lo que si sé que aguijonea por todos lados y a las horas non santas.
saludos
publica, me dijeron... estaba muy cansada y aturdida
Muchas gracias por tu colaboración Luda. Somos individualidades sometidos a la misma realidad, pero contarla, nos hace de nuevo singulares.
Un saludo
Debe ser que estoy depre otra vez (necesito fluoxetina o litio), que soy un cursi de nuevo, que ayer hablé con uno de esos ángeles de la muerte que aparecen en el metro y traen buenos augurios o que tengo unas rabiosas ganas de verte, pero me encantó, niña verde,niña rana, niña gato triste. Y besos.
Roberto Q
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