(a mi madre: hoy soñé que la escalera se caía a pedazos)
Para conversar, tal vez, contigo
reviso la transparencia
de un viejo lenguaje
con un ánimo pausado, esa hora
donde todo guarda silencio
para oírte.
Para reunirme contigo
donde creo adivinarte, discreta
y puntual, cruel -no sé
si aún tengo en mi cabeza
una esquirla del sueño
donde hablabas
desde la penumbra de una escalera
en la que ahora sólo escucho tu voz
y creo, muy lentamente,
que subo.
Nunca supe quién eras;
pero dentro de mí, un rostro
dormía, leve, elusivo
y me ayudó a vivir
mientras mi cuerpo escalaba
esos oscuros peldaños de piedra.
Aún oigo esa voz en mi desafinada
alegría. Y amaneces
como entonces, humilde, aérea.
Me despiertas. Recuperas
las edades herrumbradas de la risa.
Tu presencia
ha sido el extraño argumento de mi vida.
Sólo tu voz sin rostro
llamándome en la oscuridad
de una escalera en una casa
vacía.
Dentro, tal vez, de lo que temo
estabas antes mirando, mirándome volver
la cabeza de miedo. Te sé
apenas en la orilla
de una antigua claridad, fijada
en esa última luz de la ventana, reunida
en el resplandor angosto de un peldaño
con el que sólo quiero aún
llegar a ti, tomar tu mano
al final de la escalera
y decirte, con este viejo lenguaje,
que ha sido tan grande el miedo
como el amor por ti, desconocida.
(Jorge Fernández Granados, La escalera)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario