30.9.07

Presentación

“Las ruinas no son ruinas”, hace intervenir la autora a José Emilio Pacheco, la casa es distinta de sus habitantes –o más bien, sus visitantes—pues siempre hay “otros (que) llegan a ocupar su sitio”, pero la ruinosa casa es piedra de runas, es suerte de otras ruinas.

Este libro tiene un extraño equilibrio como de piragua, es llevado a viaje con un brazo fuera, de argumento –historia—interesado, y otro que no quiere sino remar en el misterio, mantra –materna—amorosa de aguas que edifican el milagro.

Entre esas aguas va la proa “Declaraciones”, la primera parte (la primera, parte), el aviso a cuatro soplos de tan breve: pues quién pudiera decir como Arlette, esta declarada naturaleza, mujer y libro: “Antes de saber /que soy sal sobre armazón de calcio”. ¿En dónde el libro se desprende de las manos para irse en la mirada? Como lectores somos convocados a presenciarnos al espejo: ¿somos “el huérfano /el forastero /un hombre”? Que las “famas” de Cortazar guiñen la respuesta. Esa imagen difusa, esa escalera vacía, que es el tiempo.

Pero nuestra amiga ya nos ha echado dentro a la casa que transmigra ensueños. Pero ¿qué habrá de compartirnos si somos los paseantes? Entonces, ganamos providencias a cada poema, a cada movimiento de verso se esculpe un rasgo de la casa, un recuerdo más, otra sapiencia, como cuando nos dice “sus muros siempre despiertos /son los muchos ojos de un corazón inextinguible”, como cuando declara: “la única forma de libertad que aún nos queda /se encuentra bajo un manto de cal /irreductible”.

Ay de nosotros, presas interiores, habremos de recordar lo que nos convidan, habremos de reconocernos como “el nudo ( ) al final de la soga”. Es en este punto que Arlette, desliza como a una estación todo el cuerpo de esos cuerpos con memorias.

Aquí la voz madura de una autora intemporal, nos atrapa –diría yo—como entre las cortinas del verso donde “se ocultaron mi sombra y tres versos de un poema para niños”. Cómo no ha de gustarnos esa estancia si esta casa “ha presentido la eternidad /que viene a instalarse en sus escombros”.

Pero dígase de una vez a la autora: ¿Por qué permanecemos? Sí, yo también “coincido en la pregunta”, porque ya veo las señales: terminan en remolino como “voces que se pierden”. Ya los días estacionarios cargan a pique. “La sangre /misteriosa /(que) huye de la piel para alcanzar la piedra”. Y decimos, te extrañamos, dónde pudiste guardar, Arlette, estos poemas. Nos señalas un algo, un “no sé, ante ese árbol transfigurado en álbum y mensajero. Cómo nos has llevado, amiga, a través de “Los días /desnudos ( ) como demonios desterrados”. Cómo.

Nos salva tu misión de poeta, de estas ruinas manos, fuera del libro que no ruina, sino ramas, se entregan a arbolarnos de poesía.


(Texto leído por Rubén Chávez Ruizesparza,
para la presentación de Casa en ruinas,
el 24 de septiembre en el Museo Descubre

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