12.9.07

LA PÉRDIDA

La primera vez que me quebraron
toda
doblé las rodillas,
caí sin rodillas,
me doblé toda sbre
el vacío de los brazos.
Los huesos tiritaban,
la cabeza estallaba
una campana:
todo un astillero
sin navíos,
sólo pabilos de viaje,
toda un etalaje
ebrio de sombras
y sinos,
no sabía más
cuántas primaveras
hacen un cisne,
no sabía
beber de no ser
con las manos en cuenco,
yo era un platito
con la cara redonda
que los gatos lamieron
y huyeron,
un piano con fiebre
en desarticulación nerviosa,
una pátina derretida,
una nada
aturdida
con los caracoles del polvo
sumida en el horizonte.


(Elisabeth Veiga, La pérdida)

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