Aquí se pierde algo, algo suena por última vez,
resuena en las paredes como un cuerpo vacío.
Aquí se cae algo, algo cae de aquí,
alguien desciende con estrépito, con llanto,
las viejas escaleras llenas de polvo muerto.
Aquí se muere algo, alguien se muere rodeado de zumbidos,
¡alguien pasa!
Y luego ya no queda ni el eco. Esto es muy negro,
nadie habla, nadie se conoce;
desde el fondo, contemplan los ojos exprimidos,
los ojos de los oscuros moradores de este caserón.
II
Tiempo de estar despierto, estación del insomnio.
Silencio donde caen lágrimas, piedras,
palabras con ruido y frescura de yerba,
simples palabras de ternura y oro.
Tiempo de revolver las cosas que dormían:
trabajados libros, vasos, cartas,
cuchillos sin muerte ni fulgor.
Silencio de párpados adoloridos,
acechantes, mientras en un espejo
terriblemente cuadrado y vacío
la noche se detiene.
IV
Y mañana, ¿qué cosa?
¿Quién velará mañana estos recuerdos?
El polvo permanece inmóvil
como un castillo en ruinas.
No hay mañana, sólo habrá otro día
de sed, un día ciego de angustia,
sin pájaros, día sin esplendor,
perdido y frío para siempre.
(Fayad Jamis, de Los párpados y el polvo)
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