Ve lo que has hecho de mí, la madre que devora a sus crías, la que se traga sus lágrimas y engorda, la que debe abortar en cada luna, la que sangra todos los días del año.
Así te he visto, vertiendo el plomo derretido en las orejas inocentes, castrando bueyes, arrastrando tu azucena, tu enmaculado miembro, en la sangre de los mataderos. Disfrazado de mago o proxeneta en la plaza de la Bastilla -Jules te llamabas ese día y tus besos hedían a eunuco en la puerta de los burdeles de la plaza México.
Formidable pelele frente al tablero de control; gran chef de la desgracia revolviendo catástrofes en la inmensa marmita celeste.
Ve lo que has hecho de mí.
Aquí estoy por tu mano en esa ineludible cámara de tortura guiándome con sangre y con gemidos, ciega por obra y gracia de tu divina baba.
Mira mi piel de santa envejecida al paso de tu aliento, mira el tambor estéril de mi vientre que sólo conoce el ritmo de la angustia, el golpe sordo de tu vientre que hace silbar al prisionero, al feto, a la mentira. Escucha las trompetas de tu reino. Noé naufraga cada mañana, todo mar es terrible, todo sol es de hielo, todo cielo de piedra. ¿Qué más quieres de mí?
Quieres que ciega, irremediablemente a oscuras deje de ser el alacrán en su nido, la tortuga desollada, el árbol bajo el hacha, la serpiente sin su piel, el que vende a su madre con el primer vagido, el que sólo es espalda y jamás frente, el que siempre tropieza, el que nace de rodillas, el viperino, el potroso, el que enterró sus piernas y está vivo, el dueño de la otra mejilla, el que no sabe amar como a sí mismo porque siempre está solo. Ve lo que has hecho de mí. Predestinado estiércol, cieno de ojos vaciados.
Tu imagen en el espejo de la feria me habla de una terrible semejanza.
(Blanca Varela, Vals del Ángelus)
(Imagen: Zdzislaw Beksinski)
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